19 de junio de 2015

La Plaza de los Muertos

Un jueves cualquiera te puede golpear un recuerdo muy puro: estar acostada en el suelo de una plaza de madrugada, con una decena de amigos, tomando vino y presentando teorías cargadísimas de taninos como el porqué del amor y qué pasa con los amigos que se van y lo que quedó en tu corazón después de aquel tipo que te rompió el corazón.

Me gustaría decirme a mí misma, a esa mí misma de hace tantos años atrás, que todo pasa. Que ese tipo que te rompió el corazón va a volver recargado, con otra cara y otro nombre, y que vas a quedar peor. Que también vendrá el amor en otra forma, el amor adulto, con las concesiones y los silencios llenos de palabras.

Quiero decirme disfrutá ese momento porque nunca va a haber uno igual, quiero decirme cortala con querer ser grande porque eso inevitablemente va a suceder y sin embargo hay otras cosas que las vas a tener que desear con toda el alma para que sucedan.

Quiero decirme tranquila, todo va a estar bien sin importar qué tan negro se vea el mundo algunos días. Te lo prometo.

Pero no puedo decir nada de nada porque esa pendeja tirada en la plaza de los muertos, muerta de frío y de la risa, quedó allá acostada hace años y no me escucha. Yo le hablo pero ella sigue entreverada en conversaciones y carcajadas, mirando la copa del árbol desde el piso.

Mirá gurisita que ese tiempo es oro.

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